El pasado sábado 9 de mayo, tuvo lugar el taller de primeros auxilios en escalada, que se había hecho esperar por inconvenientes meteorológicos en la fecha inicialmente prevista, el pasado otoño. Creo que la espera mereció la pena, pues la primavera nos regaló un precioso día de esos que son casi un simulacro de verano. Así que, ante la previsión de temperaturas altas, elegimos para la puesta en escena un lugar tan familiar para nosotros y resguardado del sol como son los bajos del Polideportivo Paco Cantos.
Han pasado ya diez años desde que impartí mis últimos cursos de primeros auxilios, y aunque he seguido realizando los reciclajes y actualizaciones en formación que mi profesión de médico requiere, confieso que tenía ciertas dudas sobre mis capacidades pedagógicas actuales, pues no es lo mismo saber algo que transmitirlo. Si había sido capaz de que no se me durmieran en las clases los incipientes socorristas de Cruz Roja en las soporíferas tardes de verano, debía de ser capaz de que mis «compis» del club de escalada dieran por provechosa la mañana de sábado invertida en aprender algo. Pero eso estaba por ver.
Al plantear el contenido del taller, me encontré ante el dilema de seleccionar, entre las muchas posibles cosas que contar, aquellas que podían ser más útiles o decisivas a la hora de abordar una situación real de accidente. Y, sobre todo, elegir los mensajes clave que quería dejar impresos para siempre en la mente de los oyentes, para que broten en caso de necesidad futura a pesar de los nervios y tensión presentes en ese tipo de situaciones.
Así pues, el objetivo era incluir, en cuatro horas de curso, el siguiente temario:
– Importancia de la prevención.
– Esquema general de actuación en caso de accidente.
– Evaluación primaria y soporte vital básico
– Evaluación secundaria: tratamiento de lesiones más frecuentes y orden de prioridad
Hemorragias, heridas
Lesiones de huesos y articulaciones
Otras situaciones
– Criterios de inmovilización y movilización
Pero, además, quería cumplir con la premisa de realizar puestas en escena de situaciones de accidente, tratando de resolverlas con los medios y material del que habitualmente disponemos en una jornada de práctica de escalada. Por ello, como único requisito sumado a la curiosidad por aprender, pedimos a los participantes traer algo de su equipamiento.
Con todas las cosas que uno puede hacer un sábado espectacular, me entusiasmó desde el principio ver la buena respuesta a la convocatoria del taller, al que se inscribieron quince personas, asistiendo finalmente Ana, Anka, Cristina, María, Miguel, Rosa, Alex, Daniel Blanco, Dani Merino, Evaristo, Joaquin, Luis, Tema
Un grupo con rango de edades muy amplio, alguna familia al completo, y… no: Joaquín no venía disfrazado de víctima con su escayola y cabestrillo. Es que tuvo la deferencia de venir pese a estar convaleciente…¡de un accidente deportivo! Su testimonio, más las aportaciones y comentarios del resto de los asistentes, fueron en mi opinión la clave para enriquecer exponencialmente el contenido que yo había planificado. Eso, más el buen ambiente que caracteriza a este grupo humano que es el CEM, de modo que, aliñando la exposición del temario, comenzaron a fluir las bromas y las risas, que llegaron en algún momento al ataque de carcajada, pero sin perder en ningún momento el hilo conductor ni el interés por plantear las dudas que iban surgiendo. Completamos el temario hilvanando tramos de teoría con la puesta en práctica de lo explicado. Fue interesante y divertido llevar a cabo un ejercicio de creatividad al proponer a los participantes simular las inmovilizaciones realizadas con material técnico sanitario, pero utilizando los objetos de su mochila o lo que encontrasen alrededor. Así, vimos bolsas de arnés y pies de gato usados como férulas, cabestrillos hechos con cordinos, o inmovilizaciones de clavícula realizadas con cintas exprés.
Para terminar- más siendo mes de Mayo-, con una actividad de comunión (común-unión), hicimos simulacro de movilización y traslado en equipo. Comprobamos lo difícil que es mover a una víctima, y lo poco que puede llegar a pesar si sabes cómo portearla o si se hace correctamente entre varias personas. Con ello dimos por finalizado el taller, pero como había hambre y quedaban ganas de seguir allí, varios de los asistentes compartieron comida y charla en el bar de Alfonso, para seguir luego con un rato de práctica de escalada y boulder, completando así un gran día.
Por mi parte, ha sido una experiencia memorable, en la que se recibe multiplicado el poquito que se aporta. Estoy convencida de que el conocimiento sobre qué se debe hacer y qué no hacer, ayuda a mitigar la tensión y el dramatismo de las situaciones de accidente. Quizá sea buena idea realizar una actividad de estas características con cierta periodicidad. Con que ayude una vez a uno solo, está de sobra compensado hacerlo.
Aquí tenéis una selección de las mejores fotos de la actividad, esperamos que las disfrutéis
Rosa Sánchez Ramiro
