Llegó el ansiado fin de semana del 11 y 12 de julio. Desde que a primeros de año se publicó esta actividad en la programación anual del CEM fue marcado en el calendario personal de muchos socios, prometía ser una gran experiencia y máxime si la organizaba Pedro Soto. A priori se preveía la Actividad del año y finalmente no ha defraudado, incluso ha superado las expectativas de aventura.
Quedamos temprano en el punto de encuentro y ya se notaba el interés de los participantes, todos puntuales. Salimos hacia la falda de Sierra Nevada repartidos en varios coches, hasta Pinos Genil, donde desayunamos y nos reagrupamos todos. De ahí rumbo a nuestro destino, aparcamos al final de la carretera, pasado Guejar Sierra, en Barranco San Juan y con muchas ganas empezamos a caminar por la “Vereda de la Estrella”.
Dicen los que saben que ésta es la ruta más dura de las que existen, por sus 18,5 km lineales y por los 2.400 m de desnivel que hay que salvar.
El inicio fue muy agradable, con una ligera brisa que suavizaba las altas temperaturas; caminábamos entre charlas, atentos a los comentarios de Pedro y Javier, los grandes conocedores de la zona y de lo que nos aguardaba, dándonos muchos detalles de la ruta. Pasamos delante del castaño “Abuelo”, el cortijo “La probadora” y la antigua mina de “La estrella”, así unas dos horas de marcha. El ánimo y las ganas de reír iban intactas por esas latitudes. De esa forma, en ligera subida constante llegamos a “Cueva secreta”, para entonces ya se van notando los kilómetros y los kilos de la mochila; en este punto cruzamos el rio por un puente que accede a la primera gran rampa, no fue muy larga, pero lo suficiente para estirar mucho al grupo. Nos reagrupamos al final de esa rampa, bajo la sombra de un pequeño árbol desde donde teníamos unas magníficas panorámicas del paisaje alpino que nos restaba para el final del día.
Estos descansos para hidratarnos y coger aliento son los que hacen Grupo, los comentarios, las fotos, compartiendo chuches, dátiles o frutos secos, y lo más preciado, compartiendo la escueta sombra, así se hace Grupo.
Al poco de esa parada el paisaje comienza a cambiar de tonalidades, pasando del amarillento de la seca vegetación al verdor de la hierba fresca propia de la altura que ya íbamos consiguiendo, caminando junto a los torrentes de deshielo y compartiendo la ruta con las vacas que pacen en libertad. En ese entorno la ascensión se iba acrecentando y en un idílico prado verde, junto a un torrente de aguas cristalinas hicimos la última parada larga, donde aprovechamos para descalzarnos y refrescarnos antes de atacar las últimas rampas, las más duras. Aún quedaban un par de horas que resultaron de gran dureza, se unía a la altura que estamos ganando una gran pendiente sin sendero, por donde el grupo ya se estiró en gran medida, siguiendo cada uno el ritmo que sus fuerzas le permitía.
Por fin en el crepúsculo del día llegamos en dos grupos a la “Laguna de la mosca”, lugar de acampada, donde después de buscar lugares donde acomodarnos para pasar la noche, cenamos y caímos rendidos. La noche fue bastante fresca, menos de diez grados. Lo mejor de la noche sin duda el cielo, ese techo estrellado, puro y limpio, todo un espectáculo mirarlo.
Justo después de despertar y al unísono decidimos que estábamos demasiado cansados aún para acometer la cumbre, estábamos cerca de ella, se veía el destino, pero el sentido común imperó y decidimos regresar desde ese lugar. El camino del día anterior, con el compañerismo vivido y el espectáculo de estrellas durante la fría noche hacían que ya mereciese la pena el esfuerzo realizado.
El descenso comenzaba como terminó la tarde anterior, con las pendientes más pronunciadas, por donde había que poner especial cuidado en cada paso, ya que las lajas de pizarra que adornan todo el suelo resbalaban entre sí y te podían hacer caer. Según descendíamos la inclinación se hacía más llevadera, las paradas para descansar ya no eran tan imprescindibles, aunque hacía mucho más calor que el día anterior, el ritmo estaba mucho más ágil y en nuestra mente había algo que nos empujaba a avanzar, una gran cerveza muy fría en el bar del aparcamiento. De esta forma llegamos pasadas las dos de la tarde al punto inicial donde aguardaban nuestros coches, y como teníamos planeado comimos en un restaurante cercano donde ya relajados disfrutamos de un estupendo ambiente de Grupo. Ha merecido la pena, quiero volver, y siento orgullo de pertenecer a este grupo de personas que conforman el CEM.
Txema Perea.
